La verdad sincera
no hiere al alma,
el egoísmo y la envidia acaba al hombre,
las rosas
marchitas no encuentran la calma,
por eso se caen perdiendo su nombre.
El prado risueño
es verde florido,
el nevado virgen, blanco siempre es,
una mujer pura
tiene el
rostro erguido
y el hombre
culpable no tiene revés.
A este mundo pues ¿quién
podría cambiar?
la paz es
ficticia, la paloma blanca no existe,
el plomo, el
acero, la pólvora, la bomba nuclear,
no darán tranquilidad nunca si esto existe.
A donde podremos llegar con tantos males
ya ni el mar es limpio, ni
el cielo tan claro,
esas manchas
oscuras son vanas señales
que hubo un
perdedor y un vencedor puro.
La paz ya no será
dada por los hombres,
ni los
gobernantes, ni los ejércitos,
tendrá que nacer
un nuevo hombre,
quizás en Belén
o en la tierra de Egipto
A llegado el momento, todos como hermanos,
proclamemos
la fe por el
mundo entero,
con la única esperanza
de que seremos salvos
y volveremos a juntarnos
con quien murió primero.
Hagamos que vuelva a florecer los campos,
que el agua de la
roca pura siempre sea,
que el ave cante,
que siempre rían los niños,
pero que cambie el
hombre, eso es lo que se desea.
Hacer que el niño
empuñe un libro,
que la rosa nos
brinde su perfume ardiente,
que las olas del
mar ondeen sus formas,
y que el pensamiento
de paz, no quede pendiente.
Tú puedes
hacer que un niño, en
ti crea,
demuéstrale tu
virtud, no tu defecto,
hazle
entender que así siempre sea,
el comienzo de algo
nuevo por efecto.
Tú puedes darle
fe al desventurado,
no como el político,
sino como buen hombre,
termina de
una vez, si has empezado,
a buscar la paz en Dios con otro nombre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario