Ayer que paseaba
por la orilla del mar,
vi una gaviota
que acompañaba mis pasos,
y he visto en su
mirada, los ojos de mi madre,
cuando de niño me
tenía entre sus brazos.
Esa gaviota
cautelosa y serena,
se elevaba tan
alto que no alcanzaba a ver,
y bajaba a la
tierra tan precipitadamente,
que parecía mi
madre, cuando me oía llorar.
Que vuelo tan
dulce de aquella gaviota,
que el mundo es
tan pequeño para ella,
que solo
extendiendo sus alas alcanza,
a copar toda esa inmensa
maravilla.
Y se parece a mi
madre de corazón noble,
que extiende la mano al malo o al bueno,
y al hijo lo
mima, pues le ama de verdad,
llenándolo todos
los días de gran felicidad.
Y aquella gaviota
que en mi paso iba,
se ha quedado
atrás por trajín del tiempo,
ella tiene el
alma, el alma tan pura,
porque en poco
tiempo me ha dejado solo.
Y hoy que he
vuelto de nuevo a pisar la orilla,
busco entre todas,
la gaviota compañera,
pero no la hallo,
solo encuentro una estrella,
acaso ha muerto ella,
era entonces el alma de mi madre.
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