Divino amor tú me
embriagas de alegría,
cuando llegas a
mí y me dices ¡feliz día!
y cogiéndote con las
manos tu fino rostro,
un beso te ofrecí,
al llegar a nuestro encuentro.
Dudé mucho que
tú, vinieras
que llenaras de
alegría aquel día,
y mi cuerpo
sintiendo tus caricias,
dejó mis labios
escapar una melodía.
Que alegría en
verdad aquella tarde,
aunque el cielo
se cubría de tensas nubes,
los besos que me
diste en mí cuerpo arde,
bajo el fuego
mortal de claras luces.
Que hermoso día
en verdad, que fantasía,
aquella tarde que
te tuve entre mis brazos,
dejé todo mi amor
en ese hotel en aquel día,
y te dormiste
callada en el lecho de mis besos.
Volveré de nuevo amor
a esas ansias,
a esos locos
deseos de amor y de pasión,
aquella
habitación tan llena de fragancia,
hoy guarda muy seguro los latidos de tu corazón.


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