Hay en la ciudad un bullicio enorme,
y tras jirones un hombre pordiosero,
estirando la mano como buen hombre,
pide una limosna con amor sincero.
Todos le miramos y casi con lastima,
pedimos al cielo que Dios le bendiga,
pero el dolor no puede quitarlo de
encima,
porque su madre enferma el dolor le acaba.
La indiferencia entonces se viste de
hombre,
y la alegría efímera de antes, es
difícil encontrar,
la felicidad para él ya no tiene
nombre,
y sigue su camino sin saber dónde llegar.
Mientras que su madre sigue
agonizando,
ella sola en el mundo se siente a
morir,
las fuerzas de madre se le van
acabando,
y el triste pordiosero no puede cumplir.
Oh, mi Dios divino, tú que fuiste
hombre,
porque tan apurado a llevarla estas,
porque está cansada y muerta de
hambre,
pero su hijo llora porque muriendo
está..
Pero al llegar la tarde busca en sus
bolsillos,
alguna moneda para poder comprar,
quizás una alegría o unos cuantos
panecillos,
para que su madre se pueda alimentar.
Pero no ha podido cumplir su objetivo,
y la lluvia entonces empieza a reinar,
su instinto le dice: regresa, hay un
motivo,
por favor no tardes… no tardes en
llegar.
Apresura el paso sin mirar el
infinito,
pero en sus manos va apretando un pan,
se va acabando aquel tierno cariñito,
como las olas del mar que vienen y van.
Pero que ha pasado dice pregonando,
porque tanta gente en mi humilde
hogar,
una madre apenas le sigue llamando,
a un hijo de su alma en un triste
llorar.
Y apenas él llega, eleva su triste mirada,
abraza a su madre y le dice a Dios con
pena,
porque te la llevas Señor, si era mi
amada,
la mujer más tierna, tan noble y tan
buena,
Y ese pobre hombre solo se ha quedado,
su hogar es la calle, no tiene
destino,
todo se llevó su sueño, nada lo ha
dejado,
es un pobre hombre, solo y peregrino.
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