Perdóname, Señor, hoy al preguntarte,
tú que creaste al hombre y a la muerte,
¿por qué no consuelas al corazón herido?
Muchas veces he sentido el alma rota,
siento que el mundo se va como una gota,
cuando mis ojos lloran por lo que ha perdido.
A veces, las lágrimas nos llenan de consuelo,
porque no se encuentra remedio para la muerte,
nos quedamos tristes, viviendo el triste duelo,
deseando día a día encontrar una mejor suerte.
Yo no sé, Señor, por qué no escuchas mi lamento,
no ves acaso que cada mañana elevo
a ti mi
canto,
y muchas veces despierto sangrando mi herida.
He perdido la razón y el encanto de vivir esta vida,
y voy buscando en mi camino una mano amiga,
que entienda mi sufrimiento, pues tengo la fe abatida,
porque el dolor cada día, a mi corazón le castiga.
Por eso hoy, mi Dios, preguntarte he decidido:
¿dónde
están las
almas
que se fueron? ¿dónde están?,
pues es grande mi dolor y no escuchas mi quejido,
pero dime, Señor, ¿a dónde van los muertos? ¿a dónde van?
y muchas veces despierto sangrando mi herida.
He perdido la razón y el encanto de vivir esta vida,
y voy buscando en mi camino una mano amiga,
que entienda mi sufrimiento, pues tengo la fe abatida,
porque el dolor cada día, a mi corazón le castiga.
Por eso hoy, mi Dios, preguntarte he decidido:
pues es grande mi dolor y no escuchas mi quejido,
pero dime, Señor, ¿a dónde van los muertos? ¿a dónde van?
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